miércoles, 5 de agosto de 2020

ELENA REALES FERRER y ROSA Mª FERNÁNDEZ SÁNCHEZ.

¡¡SORPRESA, SORPRESA!! 

Isabel Gemio: Hola, ¿tú quién eres? 

Lazarillo: Lázaro. 

Isabel Gemio: Lázaro, y ¿de dónde vienes? 

Lazarillo: Yo… yo soy un Lazarillo de Tormes. 

Isabel Gemio: ¡Ah, sí! ¡Qué ciudad tan bonita! ¿Y quién te cuida? 

Lazarillo: Un ciego. Un ciego tacaño. 

Isabel Gemio: Dime, Lázaro, ¿qué te pasa en la cara? 

Lazarillo: ¿Lo dices por los dientes? Pues nada, mi amo que me esclafó un jarro de vino en la cabeza y… así estoy. 

Isabel Gemio: Pero ¿por qué? No me lo cuentes aquí, anda, acompáñame al sofá. (Se sientan en el sofá) Lázaro, ¿algo tuviste que hacer tú, no? 

Lazarillo: No, nada importante. Yo sólo le robaba un poco de vino. 

Isabel Gemio: ¿Y cómo te las ingeniabas tú para robarle el vino? 

Lazarillo: Yo me sentaba debajo de sus piernas, y le hice un pequeño agujero al jarro, y le ponía cera. Cuando esa cera se derretía, caía el vino, yo abría la boca, y así bebía. 

Isabel Gemio: ¡Ah! Ya lo entiendo, y entonces, para vengarse, te lanzó el jarro a la cara. 

Lazarillo: Sí, así es. 

Isabel Gemio: Lázaro, ¿qué te haría más ilusión en este momento? 

Lazarillo: Pues… unos buenos dientes para poder comer carne. 

Isabel Gemio: ¡Ah, sí! Pues… Lázaro, yo no te puedo dejar sin dientes. ¡Aquí tienes unos dientes nuevos! 

Lazarillo: ¿Sí? No me lo puedo creer. Muchísimas gracias, Isabel. 

Isabel Gemio: De nada, Lázaro.

Autoras: Elena Reales Fernández / Rosa Mª. Fernández Sánchez. 
3º E.S.O. Curso 1994-1995.

martes, 4 de agosto de 2020

MARÍA DEL MAR...

DIARIO DE LA MADRE DE LÁZARO 

Día 26-8-1836. 

Hoy día 26, he dejado abandonado a mi hijo Lázaro en casa de un ciego ya que yo he tenido que emigrar a otro país en busca de un trabajo. Me da mucha lástima ya que Lázaro aún es muy pequeño y él solo no se sabe cuidar, aunque está con el ciego que… 

Día 27-8-1836. 

Ya he llegado a Canadá, donde he encontrado un trabajo. Es muy duro pero a ver si con este pequeño sueldo puede venir mi pequeño Lázaro a vivir conmigo. 

Día 7-12-1837. 
Hace más de un año que no sabía nada de Lázaro hasta hoy, que he recibido unas noticias que… ¡buenas son! 

Lázaro ha perdido el conocimiento por un golpe que se ha llevado en la cabeza, sin dientes se ha quedado, y con unos cristales incrustados en su cara. Según me han dicho, la culpa la ha tenido mi pequeño Lázaro por beber unos cuantos tragos de ese dulce vino. ¡Pero mira que no se lo advertí! 

Lázaro es muy listo, pero el ciego lo es aún más. Sólo con tantear unas cuantas veces y meter el dedo en esa vieja jarra descubrió que le faltaba vino. El ciego venga tantear hasta descubrir el agujero que Lázaro había hecho a esa jarra y lo había tapado con una especie de masilla para que, al calentarse con el calor del fuego, Lázaro bebiera. El ciego, muy furioso, cogió la jarra con las dos manos y le ha dado el golpe con todas sus fuerzas. Se ha vengao y… 

Día 22-1-1838. 

Por fin mi hijo ya se ha recuperado de ese terrible golpe y está en estos momentos en un dentista para que le hagan una dentadura. Al final me ha salido más caro que si yo me lo hubiera quedado.

Autora: María del Mar... 3º E.S.O. Curso 1994-1995.

TOÑI MARTÍNEZ MOYA

GLADIADORES AMERICANOS 

Hoy, un día más, nos presentamos en esta lucha sin fin, pero hoy es un programa especial. La lucha por conseguir la mayor puntuación es entre dos “amigos”, dos compañeros en los viajes. Se trata de un invidente y su acompañante, Lázaro. 

Y ahí se encuentran. Sale Lázaro vestido de rojo y, el pobre ciego, acompañado de Sarah, con el traje azul. Parece ser una venganza por una deuda de vino; no sé, señoras y señores, algo de eso hay. 

En primer lugar hay que pasar los obstáculos y llegar a la parte de arriba de la cima, en cuya subida serán perseguidos brutalmente por Tony y Marcos, nuestros chicos, que le impedirán la llegada a la meta. Ya salen, es Lázaro, con una venda en los ojos como pueden observar para igualar las condiciones, quien lleva la ventaja, no se adelanta el ciego y, tras pasar los obstáculos, suben. Marcos le pisa los talones al viejo pero no, lo supera; a ver, Lázaro le pisa las manos a Tony y éste cae. Hay un empate. El juego se decide en el próximo encuentro. 

Bueno, ya están preparados, ambos colocados encima de las pasarelas y quien antes haga caer al otro gana los cincuenta puntos y el juego de hoy. ¡Qué lucha! está súper emocionante, no lo alcanza pero Lázaro le da con la barra en la espalda, pero no cae, guarda bien el equilibrio, ahora es el viejo quien intenta darle al chiquillo y le da en la cara, derribándolo. 

Lázaro está tendido en el suelo, se ha quedado sin un solo diente del golpe que le ha dado, están esparcidos por las colchonetas, el pobre está inconsciente. Bueno, ya pueden ver que ha ganado el anciano, astuto. 

Nos despedimos hasta mañana, ¿dónde? ¡Cómo no! en GLADIADORES AMERICANOS con otro encuentro, aseguramos, muy emocionante. 

¡Que estés bien, happy, happy!

Autora: Toñi Martínez Moya. 3º E.S.O. Curso 1994-1995.

 


MARTA LÓPEZ SANTOS

Hola, muy buenas noches. Hoy en CONFESIONES tenemos un caso especial, se trata de Lazarillo, un joven que por causa de su hambre hizo lo posible por alimentarse y vean, vean cómo lo hizo. 

-Hola, Lázaro, cuéntanos. 

-Hola, quiero decir mi confesión ya que yo no le quería hacer daño a mi amo. 

-Explícanos cómo lo hacías. 

-Cuando tenía mucha sed, como ese ciego no se enteraba, yo bebía del jarro de vino. Pero el notó que faltaba vino. Como sospechaba de mí, tapaba el jarro de tal forma que yo no podía beber pero, sin que él se diera cuenta, le hice un agujero, y cuando llegó la oportunidad de beber, yo me había colocado entre sus piernas, al lado del fuego, así me pondría acostado y podría beber. 
Pero mi amo me la estaba guardando ya que, de tanto que manoseó el jarro, encontró el agujero. 
Cuando yo estaba plácidamente bebiendo, el ciego dio un manotazo y dejó caer el jarro en mi cara, rompiéndomela y quitándome todos los dientes de golpe. Por eso estoy aquí, para pedir perdón, y no me importa que me haya hecho daño, me lo merecía. Lo siento, amo.

Autora: Marta López Santos. 3º E.S.O. Curso 1994-1995

lunes, 27 de julio de 2020

FINA LÓPEZ GARCÍA

Una mañana, al despertarse el sol sobre la selva asturiana, un muchachito llamado Lázaro acudía presuroso a la llamada de emergencia. Mientras atravesaba el bosque corriendo, sorteando árboles y saltando por las piedras, se preguntaba quién estaría en apuros. 


Por fin, en un claro del bosque, Lázaro encontró a su amigo Cody, que era el que había hecho sonar la alarma pidiendo ayuda. 

-¿A quién han atrapado? -preguntó Lázaro a su amigo. 

-A Bianca, la princesa del bosque -contestó Cody. Está atrapada en la red de un cazador furtivo en lo alto del risco. Tú eres el único que puede ayudarla. 

El muchacho subió a la espalda de su amigo y echaron a correr por el bosque. Lázaro y Cody llegaron enseguida al pie de una montaña de piedra, y Cody señaló hacia la cima. 

-Bianca está en lo alto de aquel risco. ¡Ten mucho cuidado, amiguito! 

-No te preocupes, lo conseguiré, -dijo Lázaro mientras empezaba a trepar por la escarpada superficie de la roca. 

A medida que avanzaba, la ascensión se hacía más difícil, pero Lázaro seguía adelante. “Tengo que lograrlo, tengo que liberar a Bianca”, se decía mientras contenía la respiración. 

Cuando Lázaro llegó a la cumbre, se asomó al borde del precipicio. Ante él, atrapada en una red, estaba aquella bonita princesa. 

-No voy a hacerte daño. 

Bianca chillaba asustada. 

-He venido a ayudarte, -le aseguró Lázaro acariciando su cabeza. 

Para tranquilizarla, empezó a contarle una historia que, a Lázaro, cada vez que la contaba, le entraban ganas de llorar. 

-¿Y esas ganas de llorar?, -preguntó Bianca. 

-Te lo cuento, presta atención, no me gustaría repetir una palabra detrás de otra, -dijo Lázaro: 
Desde muy pequeñito, vivía con un viejo, era ciego, él tenía una jarra con vino, por cierto, jamás he probado un vino más bueno. Para estar recibiendo aquellos dulces tragos, hice un agujero y puse cera, ya que la cera se deshacía en el fuego y, claro, yo podía beber. 
Uno de esos muchos días, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos para saborear mejor el licor, el desesperado ciego, con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, lo dejó caer sobre mi boca, ayudándose con todo su poder. 
Fue tal el golpe que me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé. Sin mis dientes no puedo comer carne ni golosinas y, ¿sabes?, cada vez que veo una jarra con vino o cuento esta historia, procuro no contarla, me dan ganas de llorar. 

-Muchas gracias, Lázaro, por contarme esta historia y, cómo no, por rescatarme. Eres fantástico, -dijo Bianca. 

-Gracias a ti por no reírte, todo el mundo, a quien cuento mi historia, se parte de risa. Encuentran gracioso que te quiebren los dientes, sin esos no soy nada, -decía Lázaro.

Autora: Fina López García. 3º E.S.O. Curso 1994-1995.

MARÍA JÉSSICA FERNÁNDEZ SÁNCHEZ

Yo soy un pobre ciego y quiero contar mi testimonio: 
Voy a empezar por la gente que me rodeaba, todas las personas me ignoraban, y no me querían, se aprovechaban de mí, fijaos, hasta mi propio amigo Lázaro de Tormes me engañó aprovechándose de mi ceguera. Él pensaba que yo, al ser ciego, no me iba a dar cuenta de lo que me hizo. El muy cretino me hizo un pequeño agujerito en mi jarro para así poder beber él también. Fijaos si era malvado que me trataba de ser un egoísta, marrano, viejo peludo, y muchas más cosas. Pero… ¿qué hice? Cogí el carro y se lo estrompé en toda su melondra llena únicamente de malas ideas. 

Él no dijo nada, le hice muchas cicatrices en la cara y le rompí los cuatro dientes que le quedaban. Quedó, el pobre, inútil, no podía ni ver ni, lo más importante para él, comer, le encantaba llenar el buche. Pero ¿qué creéis que pasó? 

El muy maldito me denunció por pegar a un menor y tuve que asistir a un juicio en el cual tuve que contar lo sucedido. El juez supo muy bien decidir lo que cada uno debía de pagar por su mala conducta. Antes de decidirlo el juez, Lázaro me pedía lo siguiente: 
-Que le pagara todos los dientes, no se conformaba con los cuatro que yo le había roto sino que quería toda la dentadura postiza y de la mejor; y que le diera una cantidad de 400.000 pesetas mensuales para ir al esteticista, hasta que le transformaran esa cara de cavernícola en la suya propia. 

Pero al reclamarme él a mí todo eso, yo le pedía lo siguiente: 
-100 litros del mejor vino por cada gota de mi vino que cayó en su bocaza. Y otro jarro del mejor que hubiera. 

Pero eso no iba a ser así, íbamos a tener que darnos el uno al otro lo que el juez dijese y… ¿qué dijo? 

El señor juez nos dio la solución: Yo tenía que pagarle sus dientes a Lázaro, la dentadura completa y de las mejores; y a cambio, Lázaro me tenía que dar 50 litros del mejor vino por cada diente que le ponían. Así quedó todo. ¿Os ha gustado? 

Esta historia tuvo mucho que ver para mí después, yo comprendí que no me tenía que fiar ni de mi mejor amigo, no volví a confiar en más nadie, y me dediqué a escribir mi historia en todos los idiomas para que todo el mundo la conociese. 

Un beso a todos los que la habéis leído, deseo que no paséis por esta situación y que no tengáis un amigo tan infiel y malvado como el mío. 

Os quiero.

Autora: María Jéssica Fernández Sánchez. 3º E.S.O. Curso 1994-1995.

viernes, 24 de julio de 2020

YOLANDA NAVARRO

Hola, soy Lázaro. Estoy aquí en la casa de mi amo, pasando hambre y sed, y viendo a mi amo cómo se da la buena vida. 

Un día, mi amo, que es ciego, estaba bebiendo vino y, a causa de mi desesperación, cogí una paja y empecé a beber de ese sabroso vino. El ciego se dio cuenta de que el vino se acababa y él no bebía. Se puso el jarro entre las piernas tapándolo con la mano. A mí me gustó mucho aquel sabroso vino, me puse entre sus piernas para calentarme e hice un agujero en el jarro y le puse un tapón de cera. Me senté en el suelo, mirando hacia arriba, y mientras se iba derritiendo la cera, me iba cayendo a mí el vino. El ciego se dio cuenta y, mientras yo bebía, el cogió el jarro y me metió un tremendo jarrazo en la cara que todavía tengo las señales. 

Esta es mi historia, pero todavía no termina porque este tacaño ciego no parará hasta matarme. 

Si alguien algún día encuentra esta carta que la lleven a la policía porque este viejo es un delincuente sospechoso que se hace pasar por ciego para martirizar a la gente.

Autora: Yolanda Navarro. 3º E.S.O. Curso 1994-1995.

MARÍA DOLORES PALOMARES BETETA

UNA NOCHE TEMEROSA Y DOLOROSA 

Era noche de luna llena, acabábamos de terminar nuestro trabajo mi señor y yo cuando nos dirigíamos para nuestra humilde morada, donde allí podríamos descansar. Eso pensaba yo, no sabía lo que me esperaba. 

Cuando llegamos a nuestra humilde morada, mi señor me mandó traer el jarro; cuando oí esas palabras que me mandaba, sentí como un escalofrío que me alertaba del peligro que yo tenía; tenía tanto miedo que me meé en los pantalones. 

Sabía que el otro día sintió el agujerillo que le había hecho al jarro, pero yo no sabía que… eso me podría ocasionar advertencias dolorosas. 

Cuando mi amo empezó a beber, y yo entre sus piernas mirando al cielo y con los ojos un poco entornados para así saborear mejor el vino, oí como unas carcajadas que llevaban escrita la palabra venganza. 

Yo seguía saboreando el sabroso vino sin saber que mi hora había llegado; sentí escalofríos; parecía que el demonio se sentaba a mi lado; las tinieblas se abrían frente a mí; sentía un miedo inmenso; mi sangre me ardía de la angustia y el miedo que sentía. Sabía que, de un momento a otro, podría pasar cualquier cosa y acerté; cuando miré hacia arriba, me pareció ver al demonio que sujetaba el jarro con las dos manos fuertemente, pero en realidad era mi señor. Cuando ¡plaff!, sentí que los demonios me llevaban, también un dolor inmenso en mi cara, y lo peor, por mucho que me tentara los dientes, no lograba encontrarlos, y con razón, no tenía ni uno. 

El fuerte golpe hizo que los pedazos de la jarra se clavaran en mi cara, los dientes no los tenía, tenía la dentadura tan vacía que parecía que sonaba eco dentro de mi boca. 

Mi señor parecía muy contento, parecía un asno graznando, sus risas me volvían loco, era una pesadilla, por fin el viejo había conseguido lo que quería, venganza, y dejarme sin dientes; esa noche tenebrosa y dolorosa no la olvidaré jamás. 

Mi venganza llegará, pero ¿cuándo? Cuando me crezcan los dientes, y así poder comer y morder mejor. 

Autora: María Dolores Palomares Beteta. 3º E.S.O. Curso 1994-1995.

jueves, 23 de julio de 2020

MARÍA JOSÉ MARTÍNEZ MARÍN

PADRE: Hijo, cómete toda la comida. 

HIJO: No quiero más, no tengo ganas. 

PADRE: Tú sabes que toda la comida que se te pone en el plato hay que comérsela. 

HIJO: No quiero más. 

PADRE: Hijo, te voy a contar mi experiencia. Antes, todo lo que ponían en el plato te lo tenías que comer porque no había para comer ni beber. Mi amo, el dueño de esa casa, que yo trabajaba allí, era un hombre ciego que tenía un jarro de licor y solía beber licor todos los días, y a mí no me dejaba ni probar ese licor; y yo, muerto de la envidia, un día cogí el jarro y le hice un agujerito, y probé por fin ese delicioso licor; yo, muchas veces, cogía ese jarro para beber de ese delicioso licor. 

HIJO: ¿Y el ciego no se daba cuenta? 

PADRE: Sí se daba cuenta. 

HIJO: ¿Cómo se iba a dar cuenta si estaba ciego? 

PADRE: Sí estaba ciego pero se daba cuenta que cada vez quedaba menos. 

HIJO: Pero pensaría que bebía casi todos los días y se le estaba acabando. 

PADRE: Sí, pero un día cogió el jarro para beber del delicioso licor y encontró el agujerito y, por mi mala suerte, me descubrió. 

HIJO: ¿Y qué te pasó? 

PADRE: Que se terminó el licor del jarro, y el ciego se enfadó muchísimo porque probé ese delicioso licor y cogió el jarro y me lo tiró. 

HIJO: Si estaba ciego, ¿cómo te lo iba a tirar si no veía? 

PADRE: Sí me lo tiró, cogió el jarro el ciego y me lo tiró a la cabeza, y el jarro se rompió en trocitos pequeños del trastazo que me metió en la cabeza con el jarro. Me rompió todos los dientes, de los que hoy en día no tengo ninguno. 

HIJO: ¿Por eso tienes dos o tres dientes? 

PADRE: Sí, hijo, por eso, por hacer ese agujero al jarro para probar ese delicioso licor, me rompió todos los dientes.

Autora: María José Martínez Marín. 3º E.S.O. Curso 1994-1995.

MIGUEL ARTELL MORENO

TESTIFICACION DEL TABERNERO EN EL JUICIO CONTRA EL CIEGO 

-Muy bien señor, cuéntenos una vez más su versión de los hechos. 

-Estaba yo el pasado sábado en la taberna de mi cuñado ayudando a servir mesas cuando un joven muchacho, con cara de pilluelo, me llamó la atención. 

-¿Era ese muchacho Lázaro? 

-Sí. Lo era. 

-Muy bien, siga con la historia. 

-El joven muchacho acompañaba a un ciego, y éste lo mandó a la barra a por una jarra de vino. El muchacho se la llevó y pude ver que, cuando el viejo ciego dejó la jarra en la mesa, Lázaro le dio un par de tragos. 

-¿Se dio cuenta el ciego de eso? 

-Sí, lo hizo, y desde entonces no soltaba la jarra. Debido a eso, el muchacho se las ingenió y, con una fina paja que introdujo en la jarra, siguió bebiendo vino. 

-Pero ¿la artimaña no duró mucho, verdad? 

-No, no lo hizo, desde que descubrió su nueva artimaña, el ciego tapaba la jarra con la mano. 

-Muy bien. ¿Y qué fue lo siguiente que hizo el joven? 

-Le hizo un pequeño agujero a la jarra por el que bebía el vino. Pero seguro que, como las demás, está artimaña no duró mucho. Cuénteme qué pasó entonces. 

-Cuando el ciego lo descubrió, le propinó tal jarrazo a Lázaro en la boca que a día de hoy, después de una semana, aún no he conseguido limpiar las manchas de sangre.

Autor: Miguel Artell Moreno. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

martes, 21 de julio de 2020

CRISTIAN ASTURIANO PUERTA

Tantas fueron las vueltas y tantos los toques que me dio aquel ciego anciano que finalmente halló en mí la trampa del joven Lázaro; al encontrarla, pude ver en su rostro una sonrisa, una amplia sonrisa, pero no de felicidad, no, sino más bien una sonrisa escalofriante, y tan escalofriante era que en mí mismo provocó pavor; poca idea tenía yo sobre lo que se me venía encima.. 

Estaba yo sobre las manos del ciego anciano mientras el joven Lázaro disfrutaba de los dulces jugos que goteaban de mi agujereado vientre; aquella era una sensación placentera para mí, el lento, pausado y continuo goteo me hacía sentir relajado y tranquilo; poca idea tenía yo sobre lo que se me venía encima… De repente, volvió a aparecer aquella maquiavélica sonrisa en el rostro del ciego anciano. 

Sentí cómo el ciego anciano me levantó en volandas, poca idea tenía yo sobre lo que se me venía encima… 

Entonces empecé a bajar, rápido, muy rápido, cada vez más y más rápido, hasta que sentí que me soltó; entonces empecé a bajar libre y en picado, acercándome cada vez más a la cara del joven Lázaro, el cual seguía con los ojos cerrados y la lengua fuera, señal clara del goce que le producía mi dulce jugo; finalmente su cara y mi cuerpo se encontraron causando así un estrepitoso estropicio. 

Dolor, un dolor tan punzante como exacerbado, sentía cómo mi ser se moría lenta y desesperadamente; lo último que me vista alcanzó a visualizar fue al joven Lázaro pataleando y llorando desoladamente entre los rotos y fragmentados arcillosos trozos de mi inerte cuerpo, y sus rotos dientes. Tres sustancias, sus lágrimas, su sangre, y mis dulces jugos se mezclaban en una imagen estrepitosa, y así, con esta última imagen, yo perecí.

Autor: Cristian Asturiano Puerta. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

FELIPE CHACÓN ANDREU

Llega el invierno, y ya no hace tiempo para salir a la calle, porque donde más a gusto se está es en el hormiguero. Un duro verano trabajando y recolectando comida para poder vivir durante la época gélida del año. Durante este tiempo, me voy a poner las botas, ya que he conseguido recolectar una gran cantidad de vino para poder beber durante todo el invierno. Sólo con pensar en los dulces tragos de aquel manjar, se me hace la boca agua. Pero, con lo que nadie contaba, es que íbamos a tener un intruso entre nosotros. 

Había entrado en nuestro hormiguero una cigarra, la cual había estado ganduleando durante todo el verano y se había quedado sin sitio para pasar el invierno, pero nosotras, las amables y gentiles hormigas, le dimos un lugar donde hospedarse en ese tiempo. Aun así, a mí no me terminaba de convencer que aquella cigarra fuera buena del todo, pero trabajaba y ayudaba en el hormiguero como si de una hormiga más se tratara. 

Una buena tarde, me disponía a coger mi jarro de vino y empezar la temporada de invierno como Dios manda, pero no todo iba a ser de color de rosas. Me disponía a entrar al almacén para coger el jarro, cuando empecé a oír la voz de alguien, que parecía vociferar a alguien o algo. Me acerqué lentamente al lugar de dónde venían los chillidos, cuando vi a la cigarra en el suelo con mi jarra de vino. La ira se apoderó de mí. No podía creer que el esfuerzo que había hecho para recoger el vino durante tanto tiempo, esa miserable cigarra lo despreciara bebiéndoselo ella sola y sin mi consentimiento. No aguanté el enfado, y con todas mis fuerzas, cogí el jarro por las asas, y con un suave movimiento, le di un golpetazo que cayó al suelo como un trapo, al igual que algunos de sus dientes, los cuales todavía busca en ese almacén.

Autor: Felipe Chacón Andreu. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

ELISA COBOS MELGARES

Yo ciego,
yo sin vista;
él, Lázaro, pobre,
miserable ladrón.
Tanto tiento al jarro,
de olerme la burla,
fingí no saber
de su traición.

Yo ciego,
yo sin vista;
lo sentí a Lázaro
zumbando alrededor.
Lo sentí mirando
al cielo, ojos entreabiertos
por mejor gustar
el sabroso licor.

Yo ciego,
yo sin vista;
vi su burla
y burlaré.
Sin previo aviso,
y con malicia,
con el jarrón los dientes
le pegué.

¡Qué mal ratillo,
que al Lazarillo,
le cayó el cielo
y todo lo que hay en él!
Ni penaré,
ni velaré,
ni por los dientes
con los que le dejé.

Autora: Elisa Cobos Melgares. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

lunes, 20 de julio de 2020

CLARA DE MOYA MARÍN

Salí al patio con mi habitual buen humor, diciendo: 
-Buenos días, chicos y chicas. Como bien sabéis, hoy es el Día del libro y vamos a celebrarlo con una famosa novela de la literatura española. 


No creía que estos niños de apenas ocho años entendieran lo que es exactamente la literatura española y las maravillas que ésta comprende. Tampoco esperaba que fuera “El Lazarillo de Tormes” la mejor de las historias para estos jóvenes e ingenuos chiquillos pero, desde luego, no era yo la que decidía los temas de las fiestas. 

Aun así, los chicos gritaron: 
-¡Bieeen! 

Soltaron los juguetes que estaban usando y corrieron a sentarse en círculo alrededor de mí mientras yo tomaba asiento en el suelo con ellos. 

-Hoy os voy a leer un trocito del libro “El Lazarillo de Tormes.” 

-Y qué es un “lazardillo”, señorita. -preguntó uno de los chicos. 

Exactamente eso, estos chiquillos no tenían la mínima noción necesaria de comprensión para entender aquel fragmento de habla tan compleja. Tendría que hacerlo a mi manera. 

-Un lazarillo -dije corrigiendo su palabra mal pronunciada- es una persona o animal que ayuda a otra que no puede ver. 

-¡Aaaah! 

-Bueno, comienzo: Lázaro era un chico muy inteligente que vivía con un señor ciego, el cual no le dejaba beber… -pensé que si decía la palabra “vino”, los niños se reirían y les costaría centrarse en la historia- chocolate caliente. El ciego tenía una jarra con chocolate que guardaba fuera del alcance de Lázaro, pero a él le gustaba beber chocolate caliente a la hora de… -no podía decir “comer”, nadie come con chocolate caliente a modo de bebida- merendar. 
Hacía mucho frío, así que Lázaro, que le había hecho un agujero al jarrón y lo había tapado con cera, con la excusa del mal tiempo, se sentaba entre las piernas del señor cerca de la lumbre. El tapón de cera se derretía con el fuego y Lázaro aprovechaba para beber allí. ¿Os podéis imaginar la escena? -pregunté dudosa alzando la mirada del libro que, en realidad, no estaba leyendo. 

-¡Siiií! 

-El ciego descubrió el engaño del pobre Lázaro y, como castigo, le pegó en toda la cara bajando con fuerza la jarra hacia el niño. 

-¡¡Oooh!! -exclamaron los críos. 

-Dolió mucho porque le dio muy fuerte. Tanto, tanto, que le dejó clavados los trozos del jarrón en la cara y se le rompieron los dientes. 

Hubo muchos gritos de “¡aah!” o “eso sí que tiene que doler”. 

-Fin -dije. 

-¿¡Ya!? -exclamó una chica rubia. ¿Qué cuento es ese? 

-Sí… ¿Queréis que os cuente el cuento de La Lechera? 

Desde luego, unos años más tarde, esos niños no llegarían a recordar que les conté un fragmento del Lazarillo ni lo que quería explicarles con esa historia.

Autora: Clara de Moya Marín. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

domingo, 19 de julio de 2020

SILVIA FERNÁNDEZ MORENO

Los otros días soñé algo que me dejó perpleja. 

Soñé que había un ciego que tenía un sirviente llamado Lázaro, el cual era su lazarillo y le ayudaba en todo. 

El ciego solía comer bebiendo un jarro de vino, algo que le encantaba a Lázaro. Cuando el ciego se sentaba para comer con Lázaro, éste, sin que se diera cuenta su amo, cogía el jarro de vino, le daba un par de tragos y lo dejaba en su sitio. El ciego se dio cuenta de que el jarro estaba vacío y ya no lo soltaba la hora de comer. 

Entonces, a Lázaro se le ocurrió coger una paja larga de centeno y meterla en el jarro sin que él se diera cuenta, y así beber. Esto duró poco ya que el ciego se dio cuenta de que le faltaba vino y entonces decidió poner el jarro entre sus piernas y taparlo con la mano. 

Viendo esto, a Lázaro se le ocurrió hacer un agujero en el suelo del jarro y taparlo con cera, y cuando fueron a comer, Lázaro se ponía entre las piernas del ciego con la excusa de tener frío, y con el calor de la lumbre, la cera se derretía y podía beber vino. 

Al darse cuenta el ciego de que ya no había vino, cogió a Lázaro del pecho y lo estampó contra la pared, dejando al pobre chico tirado en el suelo y con una brecha en la cabeza. De repente, el ciego se quitó las gafas que llevaba puestas y le dijo a Lázaro: 
-¡Ajá! ¿Pensabas que era tonto y ciego, verdad? ¡Pues no soy ninguna de las dos cosas, como verás! 

Lázaro se levantó del suelo echando sangre por la cabeza y le dijo riendo: 
-Pues no, ya veo que no, pero… ¡Bien que me he bebido el vino delante de tus narices! 

El ciego, más furioso aún, sacó un revólver del bolsillo de su camisa y disparó a Lázaro entre ceja y ceja, dejándolo del todo muerto. 

De pronto, me desperté sudando y con las sábanas revueltas. Desde entonces, sueño lo mismo todas las noches.

Autora: Silvia Fernández Moreno. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

IVÁN FERRER-EGEA GARCÍA

Tantas vueltas y tientos le di esa noche a la anécdota de aquel día… Juro por mi madre que no me volveré a sentar al lado de ese maldito ciego, condenado miserable. 

Fui tonto por mi parte sabiendo de su actitud, me debería haber supuesto lo que tramaba ese bribón. 

Aquel día me senté al lado de la lumbre, era una noche muy fría de invierno, ya han pasado 70 años, y no se me olvida ese sabor agridulce de impotencia, ¡Agh! 

Estando yo tan tranquilo comiendo un poco de tocino, el viejo se acercó disimuladamente por detrás, aparentemente contento, pero no me fiaba. No se le ocurrió otra cosa que echar gasolina a la lumbre mientras yo descansaba, de tal manera que aquello pegó un fogonazo que me dejó frito, y mucho peor, me dejó calvo y sin un solo pelo, sin el cual hasta hoy día me quedé.

Autor: Iván Ferrer-Egea García. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

sábado, 18 de julio de 2020

SANDRA GARCÍA GARCÍA

Después de darle tantas vueltas a la cabeza, pensando cómo pijo podía gastarse el vino tan rápidamente, caí en la cuenta de que mi guía se lo estaba bebiendo de alguna manera que no me enteraba. ¡Hostia, pijo, qué mala pécora! 

Cuando al día siguiente se sentó a mi lado, sin saber que yo sabía ya que me robaba mi vinico, comencé la venganza. Lo mandé a por unas mollicas de pan con bacalao para que le diera sed, y yo, muy atento, oí cómo cogió mi garrafica y se la empinó para beber; al mismo tiempo levanté mi garrote y, tal cual él estaba bebiendo, le pegué un remeneo que lo dejé boca arriba en el suelo y con tos los dientes quebraos, sin los cuales hasta hoy en día se quedó.

Lo miré y le dije que "cada gusto cuesta un susto".

Autora: Sandra García García- 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

CRISTINA MARÍA GARCÍA LOZANO

No recuerdo muy bien mis inicios. Lo primero de lo que logro acordarme es de mí mismo en una pequeña tiendecilla en Tormes. Allí estuve un tiempo hasta que un día de otoño me separaron de los amigos que hice en las estanterías del comercio. Me encontré de pronto en casa de un hombre que, por alguna razón, no podía ver, lo que no impedía su astucia. Este señor necesitaba ayuda para todo, por lo que vino un señorito, el Lazarillo, para ayudarle. El pobre comía poco y menos, con lo que tenía que ingeniárselas para pillar lo que fuera (el ciego no era demasiado bueno con él, que digamos). 

A mí me usaban para el vino, aunque yo soy más de agua, pero nadie me pregunta nunca qué es lo que quiero. 

Como les decía, el pobre Lazarillo lo pasaba mal y se las apañó para beber un poco de mi vino. Al principio, directamente de mí, pero el ciego sospechó y me cogía con más fuerza. Después bebía con una paja, pero aun así, el ciego sospechaba, con lo que el Lazarillo tuvo que hacer una operación... me hizo un agujero en el fondo, ¡bien pensado, Lazarillo! 

El joven se sentaba entre las piernas del ciego para beber desde el pequeño orificio pero… cómo no, el astuto ciego se percató de nuevo de la situación. Sabía que el Lazarillo bebía de mí, así que… tomó medidas. 

Un día, cuando estaban sentados como de costumbre, el invidente me agarró bien fuerte y… ¡CATA-PLUM!, me estampó en la cara del pobre chiquillo. Yo me rompí en mil pedazos, partes de mí se incrustaron en su cara, hasta rompí sus dientes, ¡lo siento, pequeño amigo! 

Y así fue cómo se terminó mi corta vida. 

Firmado: 
El jarro, el verdadero (aunque secundario) protagonista de esta pequeña historia.

Autora: Cristina María García Lozano. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

EMILIO JOSÉ IBÁÑEZ TUDELA

Estaba yo sedienta, llevaba ya casi 24 horas sin beber ni comer nada, iba deambulando por la calle y, de repente, me caí, me rompí la mano y no tenía dónde ir a curármela. 

Eran ya las siete de la tarde y empezaba a anochecer y a hacer frío, entonces vi a una anciana que estaba ciega y me dispuse a ayudarle a llegar a su destino, ya que la veía perdida. Me acerqué a ella y le pregunté: 
-Señora, ¿desea que le ayude en algo? 

La anciana se giró y me dijo en tono despectivo: 
-No sé quién eres, pero necesito ir a mi casa, ¡llévame! 

Yo, con toda mi buena voluntad, la cogí de la mano y la guie hacia su casa preguntándole a sus vecinos para llegar al destino. Cuando llegamos a su casa, le pregunté: 
-¿Me puede dar algo de comer o de beber? 

Y me respondió: 
-¡No! 

Después de esta respuesta de la anciana, la pena que me había dado antes se me fue, así que me dirigí a la cocina y cogí un trozo de pan y un poco de queso, y no encontraba nada de beber, pero vi que la anciana ciega estaba bebiendo agua en un botijo roto y se le caía agua por debajo. Entonces yo, tan ingenua, me puse debajo con el fin de beber un poco, y de repente, veo cómo el jarro se me viene sobre la cara, y me golpeó fuertemente, y se me rompieron varios dientes, caí al suelo desplomada y, en cuanto me levanté, salí corriendo de esa casa huyendo de aquella malvada anciana.

Autor: Emilio José Ibáñez Tudela. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

ÁNGEL LÓPEZ LÓPEZ

EL LAZARILLO DE TORMES


Se apagan las luces en el patio de butacas, y suena el primer tema “Si me llaman a mí”, mientras los actores se colocan en el escenario, todavía sin luz. 

Se abre el telón. 
Escena XIV 

Al mismo tiempo que la música cesa, se encienden las luces superiores del escenario. A continuación, aparece, en el lado izquierdo, el ciego, iluminado con una luz tenue, casi en penumbra, luz que envían los focos que están en el gallinero del teatro. 

-Ciego: ¡Hay que ver este Lázaro canalla, que no sé todavía cómo me quita me vino, y nada menos que de mis propias manos! 

A lo que aparece Lázaro, que acababa de venir de hacer unos recados en el mercado de la plaza del pueblo. 

Lázaro: Hola, señor, acabo de venir del mercado y he comprado unas verduras y pan para cenar, como usted me mandó. 

Ciego: Vale, Lázaro, pues prepárame algo de lo que hayas traído para cenar. 

Terminada la cena, el ciego coge su jarra de vino y se sienta frente al fuego como solía hacer todas las noches. Todavía sospechoso de que Lázaro le robaba su vino, tocó y tocó la jarra en busca de algo que éste le podía haber hecho para beber de aquel licor. 

Lázaro: Señor, le noto nervioso, ¿le ocurre algo que le preocupe? 

Ciego: No, Lázaro, todo va bien. 

El ciego, después de toquetear la jarra, finalmente confirma sus sospechas porque encuentra en la base de la jarra un minúsculo agujero rellenado con cera, que poco a poco iba derramando gotas del licor. 

Lázaro se encontraba entre sus piernas, acostado frente al cálido fuego, disfrutando de cada gota que caía sobre su boca. De repente, el ciego, molesto por lo que le estaba haciendo, lo golpeó en la boca quitándole hasta el último diente que le quedaba, dejando tan sólo las muelas. 

Ciego: La próxima vez, más vale que le robes a otro ciego que sea más tonto que yo, ¡porque a la próxima no te dejo ni las muelas! 

El escenario se oscurece rápidamente y al tiempo que suena el segundo tema “Vos me mataste”.

Autor: Ángel López López. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

ANA BELÉN MARÍN MORENO

Estimada madre:


Cualquiera que sea el sitio donde estés, ya que me abandonaste y me dejaste a cargo de una terrible persona, que me hace trabajar como un verdadero esclavo sin recibir nada a cambio, espero que me respondas, no como haces siempre, que te he escrito miles de cartas y no he recibido ninguna carta por tu parte. Supongo que estarás muy ocupada o algo parecido. 

Te escribía esta carta para pedirte dinero, necesito 1000 pesos para poder ir al dentista, ya que no tengo dientes debido a lo ocurrido la semana pasada. 

Estábamos el hombre ciego y yo sentados frente a la chimenea, y yo le hice un agujero a la parte inferior de la jarra para poder beber vino, ya que estoy sediento y la textura dulce del vino me encanta, y entonces, el ciego descubrió el orificio, pero no dijo nada y, cuando tenía mi cabeza hacia el cielo y bebía vino, soltó la jarra con fuerza y fue el golpe que me partió los dientes principales; llevo una semana sin poder comer; por favor, envíame el dinero ya que no tengo dinero para poder pagármelo yo. 

Espero tu respuesta.

Autora: Ana Belén Marín Moreno. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

ESTEFANÍA MARTÍNEZ SÁNCHEZ

Díjose del Lazarillo que ansiaba algo más de bocado…

Díjose de él que debajo del jarro colocó un pequeño agujero…

Díjose que se colocó debajo del señor que no podía vislumbrar aquello...

Díjose que el muchacho disfrutaba, mientras, un espectáculo en su paladar...

Díjose que el ciego fue más astuto y cuenta se dio de aquel hecho...

Díjose que el jarro se precipitó sobre Lázaro y aturdido se quedó...

Díjose que el ciego por ganada dio aquella mentecata batalla…

Díjose que Lázaro no quiso más sonreír, que de arcilla haría sus dientes...

Autora: Estefanía Martínez Sánchez. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

viernes, 17 de julio de 2020

ANA MARÍA PUERTA RUBIO

11 de febrero 2011 

Aquella noche de febrero aparentaba ser como las demás en el hospital, fría y aburrida. 

Cuando llegué allí, me cambié y fui a urgencias para comenzar con mi turno de noche. No pude evitar fijarme en un hombre mayor, de poco pelo, una mano vendada y, lo que más me llamó la atención, la cara llena de cicatrices. 

Cada vez que salía a la sala de espera para avisar al siguiente paciente de mi lista, no podía dejar de mirarle esas cicatrices. 

Llegó el turno del hombre y me encargué de atenderle yo misma, ya que sólo había que cambiarle la venda de la mano. 

Mientras le quitaba las vendas, el hombre permanecía en silencio, observando mi trabajo. De repente, el hombre me dijo: 
-“Señorita, me he dado cuenta de que me está mirando desde que llegó. ¿La conozco de algo? 

-Discúlpeme señor, es sólo que me preguntaba cómo se hizo todas esas cicatrices. 

El hombre me miro y empezó a reírse, supuse que mi curiosidad le recordaría a la de una niña pequeña. 

-Quiere saber el porqué de mis cicatrices y no cómo me llamo. 

-Tiene usted razón -en ese momento me moría de vergüenza. 

-Me llamo Lázaro y ¿usted, señorita? 

-Carlota. 

Una vez que nos presentamos, el hombre por comenzó a contarme su historia. 
-De pequeño, mi madre me puso a trabajar cuidando a personas mayores, que por alguna razón necesitaban a alguien con ellos, generalmente eran ciegos. Hubo un ciego que no me quería dar de beber y, en vista de la sed que tenía, opté por robarle el vino. Primero le quitaba la copa hasta que se dio cuenta y ya no la soltaba. Luego hice una especie de pajita para no tener que coger la copa, pero también se dio cuenta, y ahora ponía las manos para taparla. Ante eso, no se me ocurrió otra cosa que coger la copa, hacerle un agujero en el culo y taparlo con cera; y claro, cuando el ciego se ponía delante del fuego, yo me ponía debajo esperando a que la cera se derritiera y así cayera el vino por el agujero y pudiera beber. 

-¡Madre mía!, usted de pequeño era un pillo. Pero continúe contándomelo. 

-El día en que el ciego se dio cuenta de eso, esperó el momento en el que me ponía debajo de él, repitiendo el procedimiento de siempre, para destrozarme la copa en la cara, rompiéndome los dientes y dejándome la cara llena de cicatrices. 

La historia de ese hombre me dejó bastante sorprendida. Después de aquello, terminé de vendarle la mano, continuamos hablando y el hombre se fue. 

Y así fue como una noche, aparentemente fría y aburrida, dio un giro inesperado.

Autora: Ana María Puerta Rubio. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

NOELIA SÁNCHEZ MARTÍNEZ

-¡Hola, chicos! La clase de hoy va a ser diferente, vamos a dedicar esta hora a hablar de nuestros antepasados. Vamos a hablar de cómo nuestros abuelos, bisabuelos, etc. se las ingeniaban para poder sobrevivir. Vosotros os pensáis que antes era todo como ahora, así de fácil, y no es así. Me gustaría que les preguntaseis a vuestros abuelos cómo se las ingeniaban para poder sobrevivir, y me hagáis una redacción para mañana. 

Al día siguiente, dedicaron otra clase en leer todas las redacciones ante toda la clase. 

-Jaime, ¿a quién le has preguntado tú? -le dice el profesor a uno de sus alumnos. 

-Yo le he preguntado a mi abuelo Nicolás, el padre de mi madre: 
“Mi abuelo me contó que, cuando él era pequeño, trabajaba para un ciego, y éste no le daba casi de comer ni de beber, y se las tenía que ingeniar para poder hacerlo.
Cuando el ciego bebía vino, mi abuelo se sentaba debajo de él y, por un agujero que le hizo a la jarra, le iba quitando el vino poco a poco. Y un día en el que mi abuelo estaba sentado debajo de él, el ciego se dio cuenta y decidió vengarse de él. Y, con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel jarro, lo dejó caer sobre la boca de mi abuelo, y mi abuelo dice que notó como si el cielo había caído sobre él. Fue tal el golpecillo que lo dejó sin sentido y el jarrazo fue tan grande que le quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día se quedó.” 
-Muy bien, Jaime, nos ha encantado tu redacción, es una gran muestra de cómo se las ingeniaban nuestros antepasados para poder sobrevivir.

Autora: Noelia Sánchez Martínez. 1º Bachillerato. Curso 2014-2015.

miércoles, 15 de julio de 2020

JESÚS ANTONIO MARTÍNEZ GARCÍA

MISIÓN IMPOSIBLE 

Esta era una noche tranquila en la que la dulce brisa nocturna atravesaba mi ventana. Yo, tumbado en mi lecho, yacía pacífico sin ánimo de ofender la tranquilidad que inundaba aquella habitación. Mi mente estaba despejada, y tranquilamente maquinaba alguna idea con la que poder reírme de aquel viejo que lo único que hacía era fastidiarme a cada momento. Pasó ya un buen rato cuando la gran idea vino a mi cabeza, -¡Claro!, si es ciego, ¿por qué no aprovecharme? Yo estaba decidido a cumplir a rajatabla lo que esa noche se me ocurrió, que sin duda alguna sería un éxito porque el viejo no podía verme, con lo que ya tenía ventaja. La idea era la siguiente: primero, aprovechaba algún despiste suyo para poder hacer un pequeño boquete en el fondo de su jarra, después me las tenía que ingeniar para tapar ese pequeño taladro de manera que me pudiera beneficiar del despilfarro, con lo que debería de taparlo con algo…¡ya lo tengo!, con una fina tortilla de cera, de esa manera, con la excusa de que tenía frío, yo me cobijaba entre sus piernas y, al calor de la lumbre, la fina tortilla se fundiría, así que, cuando el viejo fuera a beber, el dulce licor iría a parar a mi sedienta garganta. 

En un principio, el plan era perfecto, y el material, que no era mucho para llevarlo a cabo, estaba listo. A la mañana siguiente, me levanto con mucho ánimo, yo me encontraba un poco nervioso, preocupado por todo lo que tenía que hacer. Tras una larga mañana, llegó la hora de comer, y en un derroche de valentía me lanzo a ello, y lo consigo con mucho esfuerzo, al final el pequeño taladro fue hecho en el fondo de su jarra y hábilmente lo pude tapar con la fina tortilla de cera, y el cegato del viejo ni se inmutó. Al principio, todo iba bien, casi de maravilla, ya que cada vez que él bebía de su jarra, una pequeña parte de su licor destilaba en mi boca. Así estuve durante unos días, días que para mí eran de gloria, pero el poco tonto del ciego comenzó a sospechar de que cada vez la cantidad de vino de su jarra disminuía y que lo hacía más rápido de lo que él bebía, así que se puso desesperadamente a buscar el posible problema, porque no era normal que el vino desapareciera de esa manera. 

Tras un desesperado intento por encontrar aquello que hacía que el vino desapareciera, el viejo dio con el engaño, que muy disimuladamente mantenía callado, pero no por disimular dejaba el asunto pendiente, no, qué va, él lo que estaba haciendo era buscar la mejor manera para poder vengarse de tan mala treta, así que, tras un largo tiempo pensando qué era lo que podía hacer, le vino a él también la idea a la cabeza. 

Yo, tonto de mí, no me daba cuenta de que el ciego tarde o temprano iba a vengarse del maravilloso engaño, y que no lo iba a hacer de una forma disimulada. Bueno, pues uno de estos días en los que yo me lo pasaba tan bien bebiendo de la jarra del viejo “sin que él se diera cuenta”, éste decidió detener su jarra justo a la altura de mi cabeza; yo, como me encontraba disfrutando gozosamente del vino que me caía en la boca, tenía los ojos cerrados, ya saben, para poder disfrutar aún más de esos momentos; pues bien, en lo más dulce de la comida, ¡¡ZAASSS!!, el viejo estrompó con todas sus fuerzas la jarra contra mi cara, fíjense si fue fuerte el golpe fuerte que me arrancó de cuajo más de la mitad de mi preciada dentición, de la que yo aún prescindo, y además muchos de los pedazos, que de alguna manera dejaron de formar parte de la jarra, quedan incrustados en mi cara no un día ni dos, sino varias semanas. 

Como se puede comprobar, el plan no fue del todo infalible, pero lo que sí es verdad es que durante unos días pude aprovecharme del ciego y poder echarme algo a la boca, ya que con él lo único que yo me tragaba eran disgustos, y les puedo asegurar que con él he pasado tanta hambre que incluso ya no se llamaba hambre sino lazaritis. 

Bien, espero que les haya gustado la historia… y colorín colorado, este cuento se ha… se ha… eso, se ha terminado.

Autor: Jesús Antonio Martínez García. C.O.U. Curso 1996-1997.

martes, 14 de julio de 2020

MARÍA ASUNCIÓN LLORET FLORENCIANO

Hola, buenos días, los abusos a menores han hecho, hoy, acto de presencia en la ciudad castellano-leonesa de Salamanca, donde un joven, llamado Lázaro, llevaba ya tiempo recibiendo los malos tratos de un hombre, del cual desconocemos su identidad. Solamente sabemos que era bastante mayor y ciego. 


El muchacho convivía con el anciano, aunque no tenían ningún lazo familiar que los emparentase. Éste se encontraba con el ciego desde hace unos meses, concretamente, días después de que su madre lo abandonase debido a que no poseía el suficiente dinero como para mantenerlo. 

Como decíamos, Lázaro había sido víctima, en varias ocasiones, de mentiras e insultos, dada su ingenuidad, y de golpes, como este último, que se saldó con la pérdida de varios de sus dientes y otras fracturas en su rostro. 

Según testigos, el ciego y Lázaro se encontraban, como de costumbre, sentados en una plaza. El joven estaba sentado entre las piernas del anciano y con la vista alzada al cielo cuando el viejo echó mano a un jarro de vino, con el que siempre paseaban, y lo estampó, con todas sus fuerzas, contra rostro del menor, lo que le propició la rotura de algunos de sus dientes y otras lesiones faciales, como ya hemos informado anteriormente. 

El anciano pasará a disposición judicial dentro de unos días. Éste alega en su defensa que el joven Lázaro también había abusado de su generosidad en otras ocasiones, con sus travesuras, aprovechando su deficiencia física.

Autora: M.ª Asun Lloret Florenciano. 3º E.S.O. Curso 1996-1997.

ENCARNA SALCEDO TUDELA




FRAGMENTO DE UN TEXTO EN EL QUE SE MUESTRAN 
LAS MALAS CONDICIONES DE LOS CRIADOS EN EL SIGLO XVI 

Hoy, 31 de marzo de 1977, el periódico LA VERDAD tiene el placer de ofrecerles un fragmento del siglo XVI en el que se muestran las malas condiciones o la mala forma de vivir que tenían los criados de la nobleza, burguesía, clero, o personas más poderosas de ese mismo siglo; cómo tienen que apañarse los mismos criados para no pasar hambre; y cómo, poco a poco, se vengan los dueños si se enteran de que sus criados los están engañando por motivos de comida. 

El texto, por motivos de ortografía (la que está algo difícil de leer por haberse escrito en aquellos tiempos, siglo XVI) ha sido algo transformado en las palabras que ya no se utilizan, y se han cambiado por palabras de nuestro siglo: 
Tanto tentó el jarro (el ciego), que encontró un pequeño agujerito en el culo de éste, (que Lázaro había hecho) y se dio cuenta del engaño; aunque éste se dio cuenta, no le comentó nada a Lázaro de lo que había descubierto. Al día siguiente, Lázaro se encontraba en la posición en que se ponía todos los días, (entre las piernas del ciego) no pensando que el ciego había descubierto el agujerito y el daño que iba a padecer. Estando Lázaro bebiendo las gotas del dulce vino, con la cara hacia arriba y los ojos entornados… en ese mismo momento el ciego sintió que era la hora de vengarse de su criado por arrebatarle su vino y, con toda su fuerza, levantó los brazos hacia arriba y le estampó el jarro en toda la cara.
A Lázaro, que no se esperaba este golpe, le pareció que todo su mundo se le cayó encima. Fue tal el golpe que recibió que todos los pedazos más pequeños de aquel jarro roto se le incrustaron en su pobre cara y le rompió todos los dientes, los cuales perdió para siempre. 

Aquí han tenido un fragmento de “El Lazarillo”, esperemos que le haya gustado y, por motivos de la dirección de nuestro periódico, para que no haya confusiones, hemos decidido pasarles a continuación el fragmento verdadero, para que no piensen que es falso: 
Tantas vueltas y tientos dio al jarro que halló la fuente y… (en el original aparece el FRAGMENTO BASE completo) 
Cómo ustedes mismos habrán podido comprobar, los dos textos son prácticamente iguales, pero el primero con un lenguaje del siglo XX y el segundo con un lenguaje del siglo XVI. 

Con esto, nuestro periódico solo quería mostrarles las malas relaciones de criados con amos en el siglo XVI, y también la diferencia de ortografía entre los dos siglos. 

De parte del periódico LA VERDAD, esperemos que les haya gustado nuestra noticia, educativa y a la vez entretenida, para hacer nuestro periódico cada vez más agradable y divertido. 

Muchas gracias por leernos.

Autora: Encarna Salcedo Tudela. 3º E.S.O. Curso 1996-97.

viernes, 10 de julio de 2020

ISA JORQUERA MONTERO

UNA ENTREVISTA A LÁZARO 

Muy buenas noches, señores y señoras. Como cada jueves, a las 10 de la noche, les ofrecemos las entrevistas de nuestros famosos. Como recordarán ustedes, la semana pasada entrevistamos a Carmen Sevilla, esta semana hablaremos de un muchacho maltratado y, a la misma vez, listo. Bueno, pero a veces, no, porque su amo era más listo que él. ¿Saben ustedes de quién les estoy hablando? Pues, por si no lo saben, aquí les presento a Lázaro. 

PRESENTADOR: Muy buenas noches, Lázaro. 

LÁZARO: Hola, buenas noches. 

PRESENTADOR: Como ya sabes por otros programas anteriores, aquí se viene a entrevistar a personas famosas, y hoy te ha tocado a ti. 

LÁZARO: ¿Estás nervioso al estar aquí ante tanta cámara y ante tantos millones de espectadores? 

LÁZARO: No, no lo estoy, ya que no es mi primera vez. Pero cuando lo fue, sí que lo estaba. 

PRESENTADOR: Bueno, aquí no hemos venido a saber si estás o no estás nervioso, sino a hablar sobre aquella aventura que tuviste con tu amo y con aquel jarro. ¿Por qué, en vez de romper el jarro, no se lo pediste? 

LÁZARO: No le pedí el jarro porque yo sabía que, si lo pedía, no me lo daría. 

PRESENTADOR: ¿Tanto miedo le tenías a aquel pobre ciego? 

LÁZARO: ¡Hombre! Para no tenerle miedo... Hacía cualquier cosa que a él no le gustaba y me sacudía una castaña y, además, que sepas que, de pobre, ése no tenía nada. 

PRESENTADOR: Como ustedes han podido ver, Lázaro no quería a su amo. ¿Él no se daba cuenta de que estabas bebiendo? 

LÁZARO: No. Porque yo me ponía entre sus piernas y, mientras él comía, a mí me iba cayendo aquel dulce y amargo vino. 

PRESENTADOR: ¿Por qué dices aquel dulce y amargo vino? 

LÁZARO: Porque aquel vino me gustaba y por eso digo que era dulce, y amargo porque me iba a traer unas consecuencias que yo no sabía. 

PRESENTADOR: ¿Cómo se dio cuenta el ciego de que bebías de aquel vino? 

LÁZARO: Bueno, se dio cuenta porque un día, tocando el jarro, pudo tocar un agujero, que estaba cerrado por un tapón. 

PRESENTADOR: Entonces, ¿el ciego no tenía ni un pelo de tonto? 

LÁZARO: ¡Uh! Ni mucho menos, ése, aunque era ciego, era listo. 

PRESENTADOR: ¿Qué hizo cuando descubrió esto? 

LÁZARO: Lo primero que me llamó, cuando me vio, fue miserable. Y yo le pregunté ¿por qué? Y él no me contestó sino que me tiró el jarro a la cara y, al romperse el jarro, como tenía la boca abierta, me partió tres dientes, y por la cara me hizo unos arañazos dónde todavía conservo cicatrices. 

PRESENTADOR: Cuando te dijo miserable, ¿tú te imaginaste que era por el jarro? 

LÁZARO: Yo, sí. 

PRESENTADOR: Bueno, Lázaro, muchas gracias por haber venido y espero que lleves una vida mejor que la de antes. 

LÁZARO: ¡Ah, sí! Desde que murió mi amo, soy más feliz que una perdiz. 

PRESENTADOR: Como han podido ustedes ver, hemos visto a un joven que era maltratado por su amo. Bueno, esto es todo. No se pierdan nuestro siguiente programa. Buenas noches.

Autora: Isa Jorquera Montero. 3º E.S.O. Curso 1996-1997.

MARÍA JOSÉ MORENO MARTÍNEZ


Buenas tardes. Tenemos una insólita noticia que nos acaba de llegar. Un hombre, ciego, golpeó a un niño, llamado Lázaro, que estaba bajo su cuidado, con un jarro lleno de vino. 


Cristina López seguirá informando: 
-Este hombre trataba mal a Lázaro, y este se la jugó. El niño le hizo un agujero al jarro con vino, para poder beber sin que el ciego se diese cuenta. Este hombre, acusado de intento de asesinato, descubrió el engaño y, cuando el pobre inocente estaba gozando del licor, el ciego lo golpeó con el jarro en toda la cara. 

El niño tuvo que ser hospitalizado inmediatamente, ya que le tuvieron que hacer una operación quirúrgica. 

Nuestras cámaras pudieron ver al niño y hablaron con él. Éste nos dijo: 
-Lo dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que yo, que de nada de esto me guardaba, estaba descuidado y gozoso, y me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima. 

Se le nota, en cuanto se le ve, que le falta un par de dientes. Él lo explica así: 
Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos dél se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé. 

Les informe Cristina López desde el hospital “La Esperanza”: 
-Ya ven ustedes que es una historia escalofriante. El ciego, como ya hemos dicho anteriormente, ha sido acusado de intento de asesinato, porque gracias a Dios, el muchacho se encuentra bien. 
Les tendremos informados sobre esta noticia.

Autora: María José Moreno Martínez. 3º E.S.O. Curso 1996-1997.

miércoles, 8 de julio de 2020

FERNANDO LÓPEZ MARÍN

EL LAZARIIIIILLO DE TORMES 

La tradición continúa 

A pesar de su aspecto físico (consecuencia del jarrazo que le propinó el ciego), Lázaro se casó. Fruto de su matrimonio, nació Lazariiiiillo que, a su vez, tuvo un hijo, y luego un nieto, y así sucesivamente, hasta que tuvo un tataranieto, un pillastre de mucho cuidado, que había salido “entereticamente” a su tatarabuelo, el “original e inconfundible” Lázaro de Tormes. La historia del jarro se repitió exactamente igual en todas las generaciones provenientes de Lázaro. Ahora, su tataranieto, Lazariiiiillo, es el que nos cuenta la historia, ya ambientada en nuestros tiempos, el siglo XX: 

“Nadie hasta entonces me había descubierto en ninguno de mis mangueos, pero aquel viejo vendedor de cupones con el que me hallaba era demasiado listo. 

Tan feliz estaba yo con el método que había encontrado para jipar el JB de la botella del vendedor de cupones: a esta le había hecho yo un agujero y lo tapaba con uno de mis pendientes, de modo que podía destapar el agujero cuando me diera la gana y pegarme un trago del preciado líquido. Pues bien, el ciego descubrió al fin el agujero, pero para darme una lección, el muy cabrón se lo calló. 

Una noche, estábamos sentados en la puerta de los grandes almacenes “Continente”, que era donde, entre cartones, íbamos a pasar los próximos 15 días. Veíamos cómo la basca entrada en la disco (el no poder estar con ellos me reventaba), y le dije al ciego que se espatarrara, porque me iba a meter entre sus raquíticas patas, para sentarme como acostumbraba. Esa noche era una noche, sin duda alguna, joven. Toda la gente de “mi generación” entraba y salía de las discotecas dando berríos y borrachos perdíos. Yo me moría de envidia. Por allí no se veía ni un alma de las viejas, y yo, en lugar de estar divirtiéndome y bailando como un loco, tenía que estar “de canguro”, pero en fin, con el Game Boy me divertía jugando a los marcianitos. 

Una vez acomodado en el rincón del viejo, amarré la botella de JB de nuevo, destapé el agujero quitándole mi pendiente y me casqué cuatro tragos que me hicieron flipar en colores. Noté cómo aquel fuerte líquido me llegaba el estómago, quemándome el esófago. Estaba yo completamente quieto, lo único que hacía era empinar el codo, entonces comencé a oír un ruido y, sorprendido, pude ver que lo emitían las cadenas que llevaba colgadas en mi chupa de cuero, eso me dijo que el vendedor de cupones se estaba moviendo. Entonces éste agarró con toda su fuerza la botella de JB y, para vengarse de que le había robado el líquido que con tanto esmero guardaba, me la tiró a los morros, cosa que yo no esperaba porque me encontraba en la gloria dándole al JB. Tal fue el dolor que se me pusieron los labios como a un negro. 

El bestial golpe aquel me dejó agilipollado completamente. Antes de que la botella se rompiera en pedazos, me dio en todos los piños (de los que ya no me queda nada) y, alucinado, pude ver cómo mis molonas botas de militar negras se tintaban de rojo. Acto seguido, los cristales me hicieron un puñao de tajos en to el cuerpo, pero lo que más me jodió fue que los cristales me estropearon los preciosos tatuajes que portaba en mi cuerpo. Por si fuera poco, el ciego, que lógicamente no veía un pijo, me destrozó la preciosa coca que me había hecho esa noche como tupé, ya que, además de cristalazos, recibí muchísimos porrazos provenientes del palo que poseía el vendedor de cupones y usaba para guiarse. 

De nada me sirvió dar puñetazos con mis anillos, ni navajazos, ya que lo único que veía en esos momentos en el aire eran cristales, JB y cupones. A este viejo desgraciado le debo que, como consecuencia de mi horrible aspecto físico, esté yo, de momento, a dos velas.”

Autor: Fernando López Marín. 3º E.S.O. Curso 1996-1997.