lunes, 27 de julio de 2020

FINA LÓPEZ GARCÍA

Una mañana, al despertarse el sol sobre la selva asturiana, un muchachito llamado Lázaro acudía presuroso a la llamada de emergencia. Mientras atravesaba el bosque corriendo, sorteando árboles y saltando por las piedras, se preguntaba quién estaría en apuros. 


Por fin, en un claro del bosque, Lázaro encontró a su amigo Cody, que era el que había hecho sonar la alarma pidiendo ayuda. 

-¿A quién han atrapado? -preguntó Lázaro a su amigo. 

-A Bianca, la princesa del bosque -contestó Cody. Está atrapada en la red de un cazador furtivo en lo alto del risco. Tú eres el único que puede ayudarla. 

El muchacho subió a la espalda de su amigo y echaron a correr por el bosque. Lázaro y Cody llegaron enseguida al pie de una montaña de piedra, y Cody señaló hacia la cima. 

-Bianca está en lo alto de aquel risco. ¡Ten mucho cuidado, amiguito! 

-No te preocupes, lo conseguiré, -dijo Lázaro mientras empezaba a trepar por la escarpada superficie de la roca. 

A medida que avanzaba, la ascensión se hacía más difícil, pero Lázaro seguía adelante. “Tengo que lograrlo, tengo que liberar a Bianca”, se decía mientras contenía la respiración. 

Cuando Lázaro llegó a la cumbre, se asomó al borde del precipicio. Ante él, atrapada en una red, estaba aquella bonita princesa. 

-No voy a hacerte daño. 

Bianca chillaba asustada. 

-He venido a ayudarte, -le aseguró Lázaro acariciando su cabeza. 

Para tranquilizarla, empezó a contarle una historia que, a Lázaro, cada vez que la contaba, le entraban ganas de llorar. 

-¿Y esas ganas de llorar?, -preguntó Bianca. 

-Te lo cuento, presta atención, no me gustaría repetir una palabra detrás de otra, -dijo Lázaro: 
Desde muy pequeñito, vivía con un viejo, era ciego, él tenía una jarra con vino, por cierto, jamás he probado un vino más bueno. Para estar recibiendo aquellos dulces tragos, hice un agujero y puse cera, ya que la cera se deshacía en el fuego y, claro, yo podía beber. 
Uno de esos muchos días, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos para saborear mejor el licor, el desesperado ciego, con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, lo dejó caer sobre mi boca, ayudándose con todo su poder. 
Fue tal el golpe que me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé. Sin mis dientes no puedo comer carne ni golosinas y, ¿sabes?, cada vez que veo una jarra con vino o cuento esta historia, procuro no contarla, me dan ganas de llorar. 

-Muchas gracias, Lázaro, por contarme esta historia y, cómo no, por rescatarme. Eres fantástico, -dijo Bianca. 

-Gracias a ti por no reírte, todo el mundo, a quien cuento mi historia, se parte de risa. Encuentran gracioso que te quiebren los dientes, sin esos no soy nada, -decía Lázaro.

Autora: Fina López García. 3º E.S.O. Curso 1994-1995.

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