Son las 6 de la tarde, no se me ocurre nada. Llevo horas aquí metido, en mi despacho, no encuentro nada que escribir. Estoy desesperado, las musas hoy se ha tomado el día libre. Me levanto de la silla y salgo de la habitación. Cojo un cigarrillo, lo enciendo y me apoyo en la ventana que da al patio de luces. Como siempre a estas horas de la tarde, mis vecinas Conchi y Berta, realizan su tertulia diaria. No me agradaría que me vieran ya que son muy cotillas, pero no pienso volver a ese despacho infernal, así que me quedo y pongo atención a lo que dicen.
-Oye, Berta, ¿cómo anda tu marido?
-¡Ay, madre mía, Conchi, no sabes lo que le pasó el otro día!
-Cuenta, cuenta.
-Tú ya sabes que mi padre es ciego y lo que le gusta el vino a mi marido. Pues resulta que ahora a mi padre le ha dado por tomarse el vino durante la comida en un jarro en vez de en un vaso como de costumbre y, claro, el jarro abarca más y no le deja vino a mi Antonio. Pues bien, Antonio pensó en hacerle un agujero al jarro por debajo para así, cuando mi padre fuera a echarse el vino, poner un vaso y que le cayera a él. Claro, mi padre se ponía hecho una furia cada vez que notaba que no había vino y, como no de daba cuenta del agujero, pues mi marido se lo tomaba todo. Y así pasaban los días, vino que se echaba en el jarro, vino que desaparecía. Hasta que un día mi padre notó el agujero y descubrió lo que estaba pasando, pero no dijo nada, él prefirió callarse y, al día siguiente, vengarse. Total, que al día siguiente fue mi marido a poner el vaso debajo y, en vez de vino, lo que se llevó fue un jarrazo en la cara por parte de mi padre. Fuimos corriendo a emergencias y ahora está sin tres dientes, con una venda en la cara, y sin vino.
-¡Virgen Santa! ¿Y tú supiste eso desde el principio?
-No, yo no, a mí me lo contó mi marido de camino a emergencias.
-¿Y por qué no se echaba el vino antes que tu padre en el vaso? Digo yo que hubiera sido más lógico eso que tanto paripé.
-¡Ay, Conchi! si ya lo sé, pero es que mi Antonio es así de lerdo. Si es que me tenía que haber casado con Juanito el de los mármoles.
Cuando mi vecina Berta termina de contar su relato, dejo de prestar atención. Miro hacia el cielo y pienso en Antonio, el padre, el jarro y el vino. ¡Eso es! Una idea pasa por mi mente. Entro corriendo en mi despacho, me siento frente al ordenador y comienzo a teclear.
EL JARRAZO DE VINO
Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy presto le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas duróme poco. Que en los tragos conocía...
Autora: Pilar Gallego González. 1º Bachillerato. Curso 2014-15.